Editorial:
El Abuso de los Precios y la Resiliencia Injusta del Ciudadano
ArgentinoCada dia peor pero vamos bien.
En Argentina, la inflación ya no es un fenómeno económico: es un trauma cultural. Durante décadas, los argentinos han desarrollado una capacidad casi sobrenatural para adaptarse a la escalada de precios, a los ajustes brutales en su poder adquisitivo y a la erosión sistemática de sus salarios. Esta resiliencia, sin embargo, no es digna de admiración, sino de indignación. Es el síntoma de un fracaso institucional crónico, donde la especulación, la impunidad de los formadores de precio y la incompetencia estatal han convertido la supervivencia en un acto heroico cotidiano.
El gobierno de Javier Milei, con su férrea obsesión por el equilibrio macroeconómico, insiste en que el ajuste es el único camino para "sanear" la economía. Pero en su discurso, hay una omisión flagrante: el costo humano. Mientras se aplauden los números fríos de un déficit fiscal reducido o un superávit primario, las familias argentinas enfrentan una realidad donde los precios se disparan semanalmente y los salarios se arrastran como lastre. El mensaje implícito es claro: el sacrificio de los de siempre es el precio inevitable del progreso.
La Normalización del Abuso
Lo más alarmante no es la inflación en sí, sino cómo se ha naturalizado. Los argentinos ya no se sorprenden cuando un producto aumenta un 20% en quince días, cuando el kilo de pan vale el doble de un mes a otro o cuando los servicios básicos se vuelven artículos de lujo. Esta adaptación forzada no es virtud, es resignación. Es el resultado de un sistema que ha permitido que los sectores concentrados de la economía —desde grandes cadenas de retail hasta monopolios oligopólicos y no nos olvidemos de los minoristas barriales— trasladen sus ineficiencias y ambiciones desmedidas a los consumidores, sin control ni consecuencias.
El gobierno actual, en lugar de combatir estas prácticas, las invisibiliza bajo el mantra de la "libertad de mercado". Pero en una economía donde la oferta está hiperconcentrada, esa libertad es una falacia: es la libertad del más fuerte para ahogar al más vulnerable. Mientras el Estado se retira de su rol regulador, las familias deben elegir entre comer o pagar la luz, entre medicamentos o transporte.
Veamos una de las aristas de este problema como es El Ajuste Macroeconómico vs. el Ajuste de la Vida Cotidiana
Milei argumenta que sin un shock de disciplina fiscal, no habrá recuperación posible. Pero esa disciplina parece aplicarse solo a los sectores populares y asalariados. No hay un plan serio para frenar la especulación, para auditar las cadenas de valor ni para garantizar que los aumentos de tarifas y precios respondan a costos reales y no a la pura avaricia sectorial.
Mientras el salario mínimo sigue siendo una burla frente a la canasta básica, las empresas —muchas de ellas con ganancias récord en dólares— suben precios por anticipado, por miedo o simplemente porque pueden hacerlo con total impunidad. El resultado es un círculo vicioso donde la inflación se retroalimenta, y los trabajadores son los únicos que no tienen margen para negociar.
¿Dónde Está el Estado?
Un gobierno verdaderamente comprometido con el bienestar de su pueblo no puede limitarse a recortar gastos y esperar que el mercado "se ordene solo". Debe intervenir donde hay abuso, debe proteger a los consumidores, debe garantizar que los aumentos salariales no sean devorados por la inflación en cuestión de semanas.
La estabilización macroeconómica no puede construirse sobre el hambre de millones de argentinos. Si el objetivo es un país viable, las cuentas deben cerrar, sí, pero no a costa de convertir a la clase media y baja en carne de cañón. Sobre todo comprobando como lo estamos haciendo, que las cuentas le van cerrando al gobierno, pero con el desmedido esfuerzo de los que menos tienen sin que se observen resultados practicos. La paciencia del argentino no es infinita. Y un modelo que confía en esa paciencia para perpetuarse está condenado al fracaso, no por números rojos, sino por haber perdido de vista lo único que importa, o al menos, lo unico que en teoria deberia importar: la gente.
Asi que: Basta de Romantizar la Resiliencia
Es hora de dejar de glorificar la capacidad de aguante de los argentinos. De no normalizar lo anormal. Que algo sea habitual no significa que sea justo. No bajen los brazos frente al discurso de "esto es Argentina". Porque la resignación solo perpetúa el abuso
No son héroes los argentinos, son víctimas de un sistema que los obliga a elegir entre malas opciones. Si este gobierno quiere dejar un legado, debe demostrar que la economía no es solo una planilla de Excel, sino la vida concreta de quienes la sostienen. Sin justicia social, no hay equilibrio fiscal que valga.
El verdadero ajuste debe ser de los poderosos, no de la gente.
No pedimos que traguemos la píldora con una sonrisa. Está bien indignarse. Está bien exigir más. Pero sobre todo, está bien recordar que esta no es nuestra.
La inflación es un impuesto cobrado por los que manejan los precios, los que especulan con la deuda, los que se benefician del caos. No tenemos por qué pagarlo sin rechistar.
Así que respirar hondo, compartir el enojo, pero no rendirnos. Porque si hay algo que la historia argentina demostró es que, cuando la gente dice "basta", el país tiembla.