miércoles, 28 de mayo de 2025

Resiliencia argentina: ¿superpoder o maldición?

 

Resiliencia argentina: ¿superpoder o maldición?

En el panteón de las palabras de moda, “resiliencia” brilla como estrella pop. Los aplaudimos, los tatuamos en nuestras remeras, los convertimos en el lema no oficial de la Argentina. Y cómo no, si aquí ser resiliente es casi un requisito para el DNI, justo después de “saber bailar en una baldosa” y “dominar el arte de estirar el sueldo como chicle”. 

Cada crisis económica, cada promesa rota, cada nuevo “plan platita” que se desinfla como globo pinchado encuentra al argentino de a pie arremangándose, sacando el MacGyver interior y reinventándose con una creatividad que solo el hambre y la bronca pueden despertar. Pero, ojo, hagamos la pregunta incómoda: ¿es la resiliencia una virtud épica o una resignación disfrazada de heroísmo? Porque, somos sinceros, a veces parece que en vez de resilientes, somos expertos en el noble arte de “bancársela”.

La historia reciente de Argentina es como una serie de Netflix con demasiadas temporadas y guionistas mediocres: tropiezos institucionales, errores económicos que parecen escritos por un mono con una calculadora, y una corrupción tan estructural que ya parece parte del ADN nacional. La inflación, esa villana implacable, se vienen los sueldos, los sueños y hasta las ganas de hacer aviones a más de dos semanas. Los grandes proyectos de desarrollo nacen con pompa, pero mueren en la cuna, asfixiados por internas políticas o improvisaciones que harían sonrojar a un estudiante de primer año de economía. Cada gobierno llega con la promesa de “ahora sí, reembolsamos el país”, pero termina entregando más de lo mismo: marketing, frases vacías y un ticket de ida al próximo desencanto.

Y sin embargo, ahí está el argentino, como superhéroe sin capa, resistiendo. El almacenero que cambia de rubro como quien cambia de canal. La docente que sostiene la escuela pública con puro amor propio y un sueldo que no alcanza ni para el café. El joven que sueña con emigrante, pero igual va a votar con la ilusión de que esta vez no lo van a estafar (spoiler: suele pasar). Esa capacidad de no rendirse es tan celebrada que hasta los políticos, sin un gramo de vergüenza, la usan como medalla: “¡Qué pueblo fuerte tenemos!”, dicen, mientras brindan con champagne en sus burbujas de privilegio, sin mover un dedo para que ese pueblo no tenga que ser tan “fuerte” todo el tiempo.

Pero cuidado, porque este culto a la resiliencia tiene un lado oscuro más turbio que el Riachuelo. Si el pueblo “todo lo aguanta”, entonces todo se le puede exigir. ¿Protestas? “Exagerados”. ¿Reclamamos? “Ya vendrán tiempos mejores, paciencia”. Es como si nos hubieran convencido de que vivir en ruinas es parte de nuestra identidad, como el mate o el dulce de leche. Algún escritor dijo una vez: “Los argentinos somos especialistas en vivir en ruinas, pero con dignidad”. Y sí, está lindo para un tuit, pero ¿de verdad queremos ser los campeones mundiales de la supervivencia? ¿O preferimos, no sé, un país donde no haya que ser Houdini para llegar a fin de mes?

La clase dirigente —salvo honrosas excepciones que se cuentan con los dedos de una mano— parece atrapada en un reality show de egos, donde el premio es seguir pateando los problemas para el próximo gobierno. Construir consensos, trazar políticas de Estado o rendir cuentas con seriedad suena tan utópico como encontrar un bondi vacío en hora pico. Pero no todo es culpa de ellos: la ciudadanía también tiene su parte, porque seguimos apostando, elección tras elección, por los mismos discursos reciclados o por mesías que prometen derribar “el sistema” mientras lo engordan desde adentro. Es como elegir siempre la misma pizza recalentada y sorprendernos de que sigue teniendo gusto a cartón.

La resiliencia nos trajo hasta aquí, sí, pero también nos está cobrando factura. No basta con ser los campeones del “me la rebusco”. Hay que dejar de romantizar el aguante y empezar a exigir un país previsible, justo, donde la política no sea un circo de promesas vacías. Basta de aplaudir al héroe anónimo que “sale adelante a pesar de todo”. Ese héroe merece un Estado que cumpla, no un diploma por soportar lo insoportable.

La verdadera fortaleza no está en esquivar crisis como si fuera un deporte olímpico, sino en exigir lo elemental :

  • Previsibilidad : un sueldo que no se evapora antes del día 15.
  • Justicia : que el que roba no termine de panelista en un talk show.
  • Política con sentido : menos show de egos, más soluciones que no se desarmen como castillo de naipes.

Basta de confundir dignidad con resistencia. Un país serio no se construye con ciudadanos jugando al Tetris con las crisis, sino con instituciones que eviten que las crisis sean la norma. El cambio empieza cuando dejemos de aplaudir al que “se la rebusca” y empecemos a exigir el Estado que cumple .

Porque si seguimos celebrando la resiliencia sin preguntarnos por qué siempre es necesario, vamos a seguir atrapados en un bucle eterno de ilusiones rotas y nuevos comienzos. La fortaleza del argentino no puede seguir siendo el comodín de una política que juega al truco con cartas marcadas. El verdadero desafío es transformar esa resiliencia en exigencia, en conciencia cívica, en una ciudadanía que no se conforme con sobrevivir.

¿Vos también estás harto de escuchar “esto siempre fue así”? Entonces dejemos de ser los superhéroes de la crisis y empecemos a ser los villanos del statu quo. Porque ser fuerte no significa bancarse todo, sino plantarse y decir: basta de cuentos, queremos un país que funcione .


martes, 27 de mayo de 2025

No regales tu poder"

 Editorial – "No regales tu poder"


La democracia no se muere de un día para el otro. Se va desgastando, se va pudriendo desde adentro... cada vez que entregamos nuestro voto sin pensar, sin preguntar, sin exigir. Cada vez que votamos por costumbre, por miedo o por una promesa vacía. Cada vez que cambiamos nuestro poder por una migaja, una bolsa de mercadería, o una mentira bien maquillada.

Al depositar un voto, el ciudadano no solo elige personas, sino que transfiere un paquete de facultades complejas: la capacidad de legislar, de decidir sobre guerras, de moldear economías o de nombrar jueces cuyas sentencias durarán décadas. Sin embargo, rara vez se reflexiona sobre estas dimensiones. Las campañas electorales, reducidas a eslóganes y promesas vagas, oscurecen el alcance real del poder que se delega. ¿Cuántos votantes saben, por ejemplo, que su voto presidencial también avala la designación de funcionarios que regularán desde el medio ambiente hasta los algoritmos de redes sociales?  

Porque sí: el voto es poder. Y cuando votás, no estás haciendo un trámite, estás cediendo autoridad, estás dándole a alguien el derecho de decidir por vos, por tus hijos, por tu barrio, por tu futuro.

Y entonces hay que decirlo fuerte y claro: cuando votamos sin saber, sin conocer, sin entender a quién le damos ese poder, estamos traicionando a la democracia. La convertimos en una farsa, en una pantomima donde los vivos de siempre siguen manejando los hilos mientras el pueblo aplaude o sobrevive.

Esta desconexión no es casual. Sistemas políticos intrincados, discursos mediáticos simplificadores y la urgencia de ganar elecciones fomentan una visión superficial del poder. Los ciudadanos, abrumados por la desinformación o la apatía, suelen subestimar cómo una mayoría parlamentaria puede reformar constituciones o cómo un líder puede concentrar facultades de emergencia. El caso de líderes que, una vez electos, distorsionan instituciones —desde Trump hasta Maduro— revela los riesgos de una delegación ingenua

Ya basta de votar al que más afiches tiene. Basta de creer en el que grita más fuerte o promete lo imposible. Basta de caer en las trampas de los punteros que solo aparecen cuando hay elecciones.

Si queremos un país distinto, una ciudad distinta, tenemos que empezar por nosotros. Tenemos que informarnos, cuestionar, dudar. No se trata de votar por odio, por bronca, o por costumbre. Se trata de votar con conciencia, con dignidad, con memoria.

El poder, en su esencia, es un pacto social: un préstamo temporal que la ciudadanía otorga a sus representantes mediante el voto. Desde Rousseau hasta Foucault, filósofos y teóricos han debatido su naturaleza. Pero en las elecciones modernas, este acto se ha convertido en una paradoja: entregamos autoridad sin siempre comprender su magnitud, sus límites o sus riesgo

La solución no es dejar de votar, sino votar con conciencia. Esto exige:  

Educación cívica crítica: Enseñar no solo cómo votar, sino cómo se ejerce el poder, cómo se fiscaliza y qué mecanismos existen para revocarlo.  

Transparencia radical: Exigir que las campañas detallen no solo promesas, sino los marcos legales que usarán, sus alianzas y sus límites éticos.  

Participación continua: Convertir las elecciones en un punto de partida, no de llegada, usando herramientas como veedurías ciudadanas o consultas vinculantes.  

La democracia no es un ritual estático, sino una conversación permanente entre gobernantes y gobernados. Delegar poder sin entenderlo es como entregar una llama sin controlar su combustión: puede iluminar o incendiar todo a su paso. La verdadera soberanía no reside en votar cada cuatro años, sino en saber qué hacemos con el poder que prestamos… y cómo recuperarlo si traiciona su propósito. 

Porque si no entendemos el valor de nuestro voto, otros sí lo van a entender... y lo van a usar en contra nuestra 

Conclusión: El poder es un fuego que no se puede entregar sin vigilancia

lunes, 26 de mayo de 2025

Los Errores y Políticas de Javier Milei en Argentina

 

Editorial: Los Errores y Políticas de Javier Milei en Argentina

Desde que Javier Milei asumió la presidencia, la Argentina entró en una etapa oscura de ajuste brutal, desprecio por los sectores populares y discursos de odio sin precedentes en democracia. Se vendió como un “libertario” que venía a combatir a la casta, pero rápidamente demostró que gobernaba para los poderosos de siempre: los grandes empresarios, los bancos y los organismos internacionales. Con sus Discursos de Odio y Agresividad Política Milei ha normalizado un lenguaje violento y divisivo, insultando a opositores, periodistas, e incluso a otros presidentes, llamándolos "cucarachas" o "corruptos". Llama “zurdos” o “parásitos” a quienes piensan distinto. Desprecia a los pobres, niega el derecho a manifestarse, acusa de “terroristas” a docentes, científicos o artistas que reclaman. Promueve el odio de clase y justifica la represión como política de Estado. Sus mensajes en redes sociales, llenos de burlas   y amenazas, han sido catalogados como discursos de odio por estudios académicos, fomentando polarización y estigmatización de grupos vulnerables. Además, ha usado términos como "minusválido" como insulto y asoció homosexualidad con pedofilia en Davos, generando repudio internacional 

Errores y horrores de su política:

Ajuste salvaje y empobrecimiento masivo
Milei aplicó el ajuste más grande de los últimos 40 años, recortando jubilaciones, frenando la obra pública, desfinanciando la educación y la salud. En pocos meses, millones de personas cayeron en la pobreza y la indigencia. Mientras tanto, los precios volaron y los salarios se pulverizaron.

 

Ataque a los Pobres y Recortes Sociales Brutales
Bajo el lema "No hay plata", Milei implementó el "mayor ajuste de la historia": eliminó subsidios a alimentos, energía y transporte, congeló pensiones por debajo de la inflación, y recortó programas sociales. Esto disparó la pobreza al 53% en 2024, sumando 5 millones de nuevos pobres. Hospitales y escuelas públicas sufren desabastecimiento, mientras se cobra a extranjeros por servicios que antes eran gratuitos. Su ministro Adorni justificó esto diciendo que los inmigrantes "abusaban" de los recursos, un discurso xenófobo que criminaliza la pobreza.

Anti-Nacionalismo y Entrega de Recursos
Milei desprecia la soberanía económica: promueve la dolarización y firmó el Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI), que regala exenciones fiscales por 30 años a multinacionales en minería y energía, incluso con críticas por daño ambiental. Mientras los argentinos pagan alquileres en dólares que se triplicaron, empresas extranjeras extraen litio y cobre con mínimas regalías, replicando un modelo neocolonial. Demuestra de forma permanente un
Desprecio por el Estado y por los argentinos. Desmanteló programas sociales, cerró ministerios clave (como el de Mujeres y Cultura), despidió a miles de trabajadores estatales y dejó a provincias sin recursos. Según él, el Estado es “una organización criminal” y la solidaridad es “una aberración moral”. Esa ideología extrema se tradujo en abandono total de las funciones básicas del gobierno.

Autoritarismo y Gobernar por Decreto
Desprecio por la democracia y las instituciones
Se pelea con el Congreso, la Justicia, los gobernadores, la prensa y cualquier forma de control democrático. Intenta gobernar por decreto y busca concentrar poder, al mejor estilo autoritario. Sueña con una Argentina sin sindicatos, sin universidades públicas, sin derechos laborales.

Sin mayoría en el Congreso, Milei gobierna con Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), ignorando el debate democrático. Así impuso su reforma migratoria (que permite deportar por delitos menores) y la flexibilización laboral. Expertos alertan que su estilo "monárquico" erosiona la división de poderes.

Fracaso Económico con Ajuste Recesivo
Aunque bajó la inflación mensual (a costa de una recesión del 15% en consumo), el modelo depende del carry trade: especuladores ganan dólares con tasas altas, pero el peso está artificialmente sobrevaluado. Analistas advierten que esto terminará en una nueva devaluación explosiva. Mientras, los salarios perdieron 40% de poder adquisitivo y el desempleo crece.

Conclusión para tu Audiencia:
Milei no es solo un "loco" estridente; es un proyecto político que castiga a los más débiles, entrega el país al capital extranjero, y usa el odio como herramienta de dominación. Su gestión combina ajustes inhumanos con un discurso que culpabiliza a pobres, migrantes y opositores, mientras él negocia con el FMI y celebra triunfos electorales efímeros. Como dice el refrán: "El que no llora no mama, y el que no afana es un gil"... pero en este caso, los únicos que afanan son ellos.
Milei es un experimento de ultraderecha que desprecia al pueblo, gobierna con odio y hambre, y pone de rodillas a la Argentina frente a intereses extranjeros. No es libertad: es saqueo, es violencia, es miseria planificada. Y el pueblo lo está empezando a entender.

 

Crianza en la Era Digital

  ¿Cómo pueden los padres fomentar el desarrollo saludable de los adolescentes en la era digital? Fomentar el desarrollo saludable de los ad...