jueves, 15 de mayo de 2025

La dignidad de la política bien vivida


 Editorial: Pepe Mujica, un faro de democracia y honestidad en un mar de politicastros :la dignidad de la política bien vivida

En un continente muchas veces azotado por el cinismo y el oportunismo, la figura de José “Pepe” Mujica se erige como un recordatorio viviente de lo que puede ser la política cuando se practica con coherencia, humildad y un profundo compromiso democrático.

Y es que en esta época en la que la política se ha convertido, para muchos, en un negocio de perpetuación en el poder, la figura de José "Pepe" Mujica, expresidente de Uruguay, emerge como un antídoto contra la mezquindad y la corrupción. Su vida no es solo la historia de un líder, sino un manifiesto vivo de coherencia, humildad y compromiso con la democracia verdadera—aquella que se ejerce con el pueblo, no contra él.

De la lucha a la construcción: Un hombre de convicciones

Mujica no llegó al poder por maquinarias partidistas ni trampas electorales: llegó por la fuerza de sus ideas y la autenticidad de su ejemplo. Exguerrillero tupamaro, preso político durante 13 años en condiciones inhumanas, emergió sin rencores, entendiendo que la democracia no se defiende con autoritarismo, sino con participación y justicia social. Su presidencia (2010-2015) ni fue un politico tradicional, fue una bofetada a los políticos profesionales que ven el Estado como botín: donó el 90% de su sueldo, vivió en su chacra humilde y gobernó sin guardaespaldas ni lujos, porque para él el poder nunca fue un privilegio, sino un servicio.

No vivió para acumular poder, sino que pasó gran parte de su vida luchando —literalmente— por ideales. Esos trece años de prisión, no quebraron su fe en el cambio ni lo llevaron al resentimiento. Salió de la cárcel con una convicción renovada de que la democracia, por imperfecta que sea, es el único camino posible para una transformación real y duradera, sin hacer escándalos ni intentar manipular las instituciones para perpetuarse. Ese gesto, en una región donde muchos se obsesionan con las reelecciones indefinidas y las reformas constitucionales a medida, es profundamente revolucionario.

Durante su mandato, Mujica dejó una huella profunda, no por sus discursos grandilocuentes o sus campañas espectaculares, sino por su forma de vivir: austera, coherente, sincera. Rechazó los lujos del poder, siguió viviendo en su chacra y donó la mayor parte de su salario. Predicó con el ejemplo y mostró que se puede gobernar sin servirse del cargo.

Pero quizá su mayor legado sea su actitud frente a los chantas de la política: esos personajes que desnaturalizan el ejercicio democrático y que entienden la política no como servicio, sino como plataforma de permanencia y privilegio. Mujica los desnudó con palabras simples y potentes. “El poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes realmente son”, dijo una vez, con la claridad de quien no necesita máscaras.

Mujica no solo rechazó el enriquecimiento ilícito—algo que debería ser norma, no excepción—, sino que desnudó la hipocresía de una clase política que se aferra al poder como fin en sí mismo. En discursos memorables, les espetó: "Los políticos no pueden vivir en una burbuja; si no sudan la misma gota que su pueblo, son unos farsantes". Criticó sin tapujos a quienes fabrican crisis para perpetuarse, usan fondos públicos para campañas o convierten instituciones en cotos de caza. Para él, la política era ética o no era nada.

Lejos de quedarse en la retórica, Mujica demostró que otra política es posible:

  • Legalizó el matrimonio igualitario y la marihuana, confiando en la madurez ciudadana.

  • Combatió la pobreza sin clientelismo, con políticas de inclusión real.

  • Promovió el diálogo hasta con adversarios, porque sabía que la democracia se muere cuando el otro deja de ser interlocutor y se convierte en enemigo.

Su Legado es Un desafío a los que vienen

Hoy, cuando tantos gobernantes se aferran al poder con leyes a medida, fraudes o discursos divisivos, la vida de Mujica es un espejo incómodo. Él no necesitó manipular elecciones ni silenciar críticos: su autoridad moral venía de vivir como predicaba. Su ejemplo cuestiona a los "líderes" que viajan en jets privados mientras su pueblo pasa hambre, o a los que destruyen instituciones para no soltar el cargo.

Mujica no fue un santo, pero sí un hombre libre: libre de ambiciones, libre de dobleces. Por eso, mientras la política siga plagada de mercachifles disfrazados de estadistas, su legado será un llamado a recuperar la política como herramienta de liberación, no de opresión.

Tampoco fue perfecto. Ningún ser humano lo es. Pero su legado es una advertencia y una esperanza: la política puede ser honesta, humana, comprometida. Basta con que quienes lleguen al poder no olviden que su deber no es con su imagen ni con su partido, sino con su pueblo.

Hoy, cuando la política se llena de slogans vacíos, influencers oportunistas y estrategias de marketing disfrazadas de ideología, Mujica representa una brújula moral. Nos recuerda que no se trata de cuánto tiempo se puede estar en el poder, sino de cómo y para qué se está.

Y como Reflexión final: En América Latina, donde el caudillismo y el autoritarismo se visten de democracia, Mujica prueba que se puede gobernar sin mentiras ni violencia. ¿Cuántos estarán dispuestos a seguir su ejemplo? Cuando llegará ese ejemplo a nuestro querido San Pedro?

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