Análisis crítico de "El País del Blanco y Negro.
Entre el Amor incondicional y el Odio Total,”
En Argentina, todo parece tener que ser necesariamente blanco o negro. No hay grises. River o Boca. Macri o Cristina. Messi o Maradona. Papa Francisco, ¿santo o traidor?. Ahora se ve venir con fuerza la justicia patriótica o la justicia corrupta, y como no, de postre Cristina o El peluca Miley.
Esta obsesión por dividir, por elegir bando, por no permitir la ambigüedad, se ha convertido en nuestra forma más natural de relacionarnos con la política, el deporte, la religión e incluso con la cultura.Pero, ¿desde cuándo nos volvimos así? ¿Por qué en nuestro país todo tiene que ser una guerra entre dos extremos?
Hemos elegido la grieta como estilo de vida.
La palabra “grieta” se hizo popular durante los años de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, pero se profundizó con la llegada de Mauricio Macri a la presidencia en 2015. Desde entonces, y aún hoy, aunque ya pasaron varios gobiernos, seguimos viendo al otro como enemigo. No es solo desacuerdo: es rechazo absoluto. Es más: es como si pensar distinto fuera una traición, o peor, una ofensa personal.
La grieta no es solo política. Es social. Es familiar. Es cotidiana. Muchas familias se rompieron por discutir de política. Amigos dejaron de hablarse por defender bandos opuestos. En las redes sociales, lo único que importa es tomar partido: si no estás conmigo, estás contra mí. Todos hemos perdido contacto con alguien por ese motivo.
Y esto no solo pasa en política. Sucede también en el fútbol. En la música. En la religión. En la historia. Hasta en el recuerdo de figuras populares como Diego Maradona o Lionel Messi, hay quienes los convierten en dioses o demonios según su visión del mundo. Y ahora en la ausencia del primero necesitamos confrontarlo con Cristiano o más reciente con Yamal.
Un claro ejemplo está en nuestro fútbol. River y Boca son más que equipos: son identidades. Pero el problema no es solo querer uno u otro, sino cómo se vive ese amor. Para muchos, ser de River o Boca no es solo preferencia, es casi un destino. Y si sos de uno, el otro es automáticamente el malo. El villano. El enemigo.
Esto se ve también en otros clubes, pero en la historia de los clásicos más famosos, especialmente el Superclásico, se nota esa necesidad de definirse contra algo o alguien. Ganar no es suficiente: hay que humillar. Perder no es solo una derrota: es un drama existencial, incluso hasta llega a costar vidas.
Esa comparación eterna entre Diego Maradona y Lionel Messi sigue siendo uno de los preferidos campos de batalla. Uno fue rebelde, visceral, humano hasta en sus errores. El otro, silencioso, téc detrás de esta comparación hay mucho más que gusto futbolístico. Maradona se convirtió en mito porque encarnaba la lucha contra el sistema, el genio y el caos. Messi, por su parte, es visto por algunos como demasiado tranquilo, demasiado correcto, como si eso lo hiciera menos argentino. Pero en realidad, ambos representan formas distintas de vivir el talento y el éxito. Sin embargo, en lugar de celebrarlos a ambos, elegimos pelear por cuál es mejor.
La Religión y la fe no quedan tampoco al margen: Es entre el santo y el hereje. El Papa Francisco, argentino y muy querido en el mundo, divide opiniones dentro de su propio país. Para algunos es un hombre humilde, cercano al pueblo, que representa la verdadera esencia del cristianismo. Para otros, es un traidor a ciertos valores tradicionales, un representante de una iglesia corrupta o un político disfrazado de pastor.
No se lo critica solo por sus ideas o decisiones, sino que se le construyen personajes imaginarios: unos lo canonizan antes de tiempo, otros lo satanizan como si fuera el origen de todos los males. Otra vez: blanco o negro.
Y tambiena la política: El gran divisor de aguas. Es donde más clara se ve esta división. Kirchnerismo y antikirchnerismo se han convertido en identidades tan fuertes que parecen ideologías propias. Es actualmente nuestro deporte nacional. Algunos ven en Néstor y Cristina Kirchner la lucha por los derechos populares, la defensa del Estado y la dignidad nacional. Otros los acusan de autoritarismo, corrupción y clientelismo. Vemos diariamente el espectáculo nacional, donde se mexcla el llanto apasionado con el brindis con champagne por la detención de una expresidenta.
Mauricio Macri, por su parte, es visto por muchos como un hombre honesto, progresista, dispuesto a modernizar el país. Por otros, es el responsable de endeudamientos millonarios y de políticas impopulares y nefastas. Pero otra vez, no se discute lo hecho: se discute quién lo hizo. Y se juzga desde la imagen, no desde el fondo.
Lo mismo pasa con Alberto Fernández, con Milei, con Bullrich, con Lavagna, con Bodou, con la Carrio... y cuántos más podríamos nombrar. Todos se convierten en héroes o villanos según el color del lado en el que uno esté parado.
La pregunta del millón es… ¿Cómo salimos de esto?
La grieta nos cansa. Nos divide. Nos empobrece como sociedad. No permite el diálogo, ni el consenso, ni la construcción colectiva. Todo se reduce a ganadores y perdedores, amigos y enemigos, buenos y malos.
Pero la vida no es así. La vida tiene matices. Tiene dudas. Tiene contradicciones. Ser argentino no debería significar elegir entre dos colores y negar todo lo demás. Deberíamos poder reconocer lo bueno en quien pensamos distinto, criticar sin odiar, debatir sin anular al otro.
Argentina necesita aprender a vivir en gris. A aceptar que no todo es blanco o negro. Que hay espacio para diferentes voces, para múltiples miradas, para distintos afectos. Todos deberíamos poder sentirnos orgullosos de nuestros gustos de nuestras opciones, de nuestros progresos sin tener que confrontarlos con los de otros compatriotas. Debemos entender que amar a tu equipo, a tu ídolo o a tu líder no significa odiar al del otro lado.
Quizá, algún día, podamos mirar hacia atrás y reírnos de tanto odio por un partido de fútbol, una decisión política o un jugador de fútbol. Quizá, algún día, aprendamos que la madurez democrática no está en ganar siempre, sino en saber perder, en respetar al otro, en entender que nadie tiene toda la razón.
Pero mientras tanto, seguimos en el país del blanco y negro. Donde todo es visceral. Donde el amor total va de la mano del odio hasta el fin
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