Opacidad y Espectáculo en la Corte Suprema: Un Daño que Trasciende a Cristina Fernández
La inminencia de un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, especialmente uno que involucra a una figura política de la talla de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, debería ser un momento de máxima solemnidad institucional. Un momento para la reflexión jurídica serena, el respeto al debido proceso y la demostración de la fortaleza de las instituciones republicanas. Sin embargo, lo que se observa es un inquietante espectácul o de filtraciones, anticipaciones y un clima enrarecido que poco se condice con la gravedad que el caso amerita.
El núcleo del problema no es la posible condena o absolución en sí misma, sino el proceso que la rodea. La filtración recurrente de detalles supuestamente reservados sobre las deliberaciones de un reducido grupo de magistrados – apenas tres jueces decidiendo un caso de alcance nacional – a medios de comunicación afines, es un fenómeno profundamente preocupante. Esta práctica:
1. Viola el Secreto de las Deliberaciones: Piedra angular de la independencia judicial, diseñado para proteger a los jueces de presiones externas y garantizar la libre discusión de argumentos. Su quiebre socava la integridad misma del proceso.
2. Alimenta la Especulación y el Circo Mediático: Transforma un complejo proceso jurídico en una sucesión de revelaciones sensacionalistas, donde priman los titulares y las agendas por sobre el análisis riguroso. La ciudadanía recibe información fragmentada y sesgada, dificultando la formación de una opinión crítica.
3. Deslegitima la Institución: Cuando la información parece fluir selectivamente hacia ciertos sectores, se genera la inevitable percepción de parcialidad, manipulación o intentos de influir en la opinión pública antes de que se pronuncie la propia Corte. La confianza en el máximo tribunal se resquebraja.
4. Crea un Ambiente de Inseguridad Jurídica: Si ni siquiera las deliberaciones más sensibles en la cúspide del Poder Judicial están a salvo de filtraciones, ¿qué garantías existen para cualquier ciudadano?
Es esta dinámica de filtraciones selectivas y cobertura mediática acrítica la que, con razón, evoca comparaciones con prácticas propias de sistemas judiciales débiles o politizados, lejos de los estándares republicanos que se esperan de una democracia consolidada. El término república bananera puede ser duro, pero refleja la indignación ante la trivialización de un proceso de tal magnitud.
La reacción anticipada de la propia Cristina Fernández, con una jugada política sorpresiva, es comprensible dentro de este contexto envenenado. Si el contenido de las deliberaciones y un posible sentido del fallo parecen ser de dominio público antes que oficial, cualquier actor político buscaría tomar la iniciativa en el relato. Su movimiento no justifica las filtraciones; más bien, es una consecuencia previsible de ellas. Es el resultado de operar en un ambiente donde la confidencialidad ha sido sacrificada en el altar de la lucha política o la búsqueda de impacto mediático.
El verdadero daño aquí no es sólo para la figura en juicio, sino para la Corte Suprema misma y para el sistema democrático argentino. La Corte se encuentra en una encrucijada crítica:
- Como Institución: Su credibilidad está siendo puesta a prueba de manera extrema. La percepción de opacidad, filtraciones interesadas y decisiones tomadas en un círculo excesivamente reducido erosiona su autoridad moral y su rol como árbitro final.
- Como Garante: Su deber primordial es velar por la Constitución y las leyes mediante procesos íntegros y transparentes en su desarrollo formal, no en filtraciones. El fallo final, sea cual sea, será recibido bajo el manto de sospecha sembrado por este proceso irregular.
- Ante la Ciudadanía: La falta de sentido crítico generalizado ante este circo de filtraciones es alarmante. La aceptación pasiva de esta dinámica normaliza prácticas que debilitan el Estado de Derecho.
En conclusión, más allá del veredicto específico sobre Cristina Fernández, lo que la Corte Suprema debe resolver con urgencia es su propia crisis de credibilidad. El silencio cómplice ante las filtraciones, la falta de investigaciones internas rigurosas para identificar las fuentes de estas violaciones al secreto deliberativo, y la apariencia de un proceso viciado desde su fase final de discusión, constituyen una herida profunda a la institución.
La Corte debe reafirmar su compromiso con la transparencia procedimental (el acceso a los argumentos una vez emitido el fallo) y la más estricta confidencialidad durante sus deliberaciones. Debe actuar con la máxima pulcritud, demostrando que su único guía es la ley y la Constitución, no los rumores ni las presiones mediáticas o políticas. Solo así podrá comenzar a sanar las grietas que este lamentable proceso ha expuesto y recuperar el lugar de respeto que una democracia exige de su máximo tribunal. El fallo sobre CFK pasará; el juicio sobre la solvencia ética e institucional de la Corte Suprema en este trance, perdurará
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