Reflexión sobre el presente incierto de Argentina
Argentina está atravesando un momento extraño, donde las cosas no terminan de encajar. Por un lado, vemos que baja la inflación, ese monstruo que venía devorando los bolsillos y que durante años fue señalado como el gran culpable de todos nuestros males. Sin embargo, y a pesar de esa supuesta “buena noticia”, la mayoría de la gente no lo siente en su vida diaria.
La plata no alcanza. Los sueldos se quedan cortos, muchas veces antes de llegar a la mitad del mes. La comida está cara, los alquileres imposibles, y cada vez hay más incertidumbre sobre qué viene después. La sensación general es de agotamiento. De no ver la salida. De estar haciendo esfuerzos que no se traducen en mejoras reales.
Y ahora, a eso, se suma la sentencia firme contra Cristina Fernández de Kirchner. Más allá de ideologías, de si uno la apoya o no, el fallo remueve emociones profundas en una parte importante del país. Para muchos, representa justicia. Para otros, persecución. Lo concreto es que esto reaviva viejas grietas, miedos y enojos, en un momento donde lo que más necesitamos es algo de calma, de unidad, o al menos, de respiro.
La gente está desorientada. Se pregunta qué va a pasar, si esto terminará en nuevas tensiones sociales, en más crisis política, o si el rumbo económico se mantendrá o pegará otro volantazo. No hay certezas, y lo poco que parecía estabilidad, se empieza a tambalear de nuevo.
Este no es solo un momento difícil: es un momento profundamente confuso. El país parece caminar sobre una cuerda floja, con los ojos vendados, y abajo… no se sabe si hay red.
Ilustración final (en palabras):
Una madre está en la cocina, revisando la heladera casi vacía. El reloj marca el 14 del mes. Su hijo la mira con cara de hambre y esperanza. Afuera, en la tele encendida, una noticia sobre la baja de la inflación. Y otra, al costado, que dice: “Conflicto político tras la condena a Cristina”.
La mujer cierra la puerta de la heladera, suspira, y en voz baja dice: “¿Y ahora qué?”
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