miércoles, 25 de junio de 2025

Peronismo, antiperonismo y la tragicomedia de la decadencia argentina

Peronismo, antiperonismo y la tragicomedia de la decadencia argentina
un mix con humor para no herir (tanto) susceptibilidades.


¡Argentina, tierra de tango, asado y... Perón!. Sí, Juan Domingo Perón, el general que murió en 1974 pero sigue siendo el DJ estrella de nuestra política, pinchando discos que todos bailan, quieran o no. Su sombra es tan larga que hasta los que lo critican terminan citando sus frases como si fueran versículos bíblicos. ¿Resultado? Una grieta eterna entre peronistas y antiperonistas que nos tiene atrapados en un reality show político digno de Netflix que se titularía más o menos así: “La Argentina que no avanza”.
Con un toque de humor, vamos a tratar de analizar esta telenovela que sin duda contribuye a nuestra decadencia, sin que nadie se ponga a tirar mate caliente por la cabeza.
El peronismo: ¿movimiento, religión o excusa para todo?. El peronismo nació en los ’40 como un hitazo: derechos laborales, sindicatos fuertes, Evita repartiendo amor (y máquinas de coser), y un Perón que parecía sacado de un póster de Hollywood. Fue un movimiento que le dio voz a los que no la tenían, y eso nadie lo niega. Pero, como toda banda exitosa, después del primer disco empezó a cambiar de género. De nacionalista pasó a neoliberal con Menem, a populista con los Kirchner, a “lo que pinte” con Massa. ¿Cómo se explica esto? Fácil: el peronismo no es una ideología, es un mood. Una identidad tan elástica que cabe desde un plan de industrialización hasta un ajuste fiscal, siempre que lo hagas con una foto de Perón de fondo. El problema es que esta flexibilidad se convirtió en una religión política. Para los fieles, Perón es un santo; para los antiperonistas, un villano de Marvel. Y como en toda religión, no hay lugar para matices: o estás con el dogma o sos hereje. Esta dicotomía nos dejó una política binaria donde el diálogo es tan raro como un político que cumple promesas. Mientras tanto, el país se cae a pedazos, pero tranquilos, ¡que alguien siempre tiene una frase de Perón para justificar el desastre! Cristina, la reina del remix peronista. Llega Cristina, la rockstar que quiso hacer un cover del peronismo con su propio estilo: el kirchnerismo. Con Néstor como productor, arrancó con hits como la estatización de YPF y el matrimonio igualitario, pero pronto se le fue la mano con la distorsión. Su segundo mandato fue puro show: discursos épicos, enemigos en cada esquina (el campo, la prensa, los “fondos buitre”), y un culto a su figura que parecía más una secta que un partido. Su intento de crear “La Cámpora” como la nueva boy band del peronismo, con Máximo Kirchner como líder, fue como poner a un sobrino sin carisma a encabezar Soda Stereo, no funcionó. En 2025, solo el 3% de los peronistas lo veía como candidato potable. ¡Ouch! Cristina quiso ser la Evita 2.0, pero el peronismo clásico la miró con cara de “¿y esta quién se cree?”. Su kirchnerismo terminó siendo una facción más dentro del movimiento, no la revolución que prometía. Peor aún, su estrategia de gobernar con la grieta como combustible agotó a todos. Es como si Argentina fuera un auto que solo anda chocando contra el paredón de enfrente. Y mientras tanto, la economía hacía puff como un globo pinchado.
El antiperonismo: el equipo que juega de contraataque del otro lado de la cancha es el antiperonismo, que no es solo una postura política, sino una forma de vida. Desde los ’50, sectores de clase media y alta miraron al peronismo como si fuera una invasión zombi: “¡Nos vienen a quitar la patria!”. Con el tiempo, este rechazo se volvió una identidad tan fuerte como el peronismo mismo. ¿Sus banderas? Liberalismo económico, odio al intervencionismo estatal y una obsesión con asociar al peronismo con la corrupción. Entrá a un café de Recoleta y decí “soy peronista” a ver cuánto tardan en pedirte que pagues la cuenta y te vayas.
En 2023, Javier Milei llegó como el capitán de este equipo, agitando la motosierra contra el “kirchnerismo” como si fuera el demonio. Pero, ironía del destino, su antiperonismo terminó copiando los peores trucos del peronismo: personalismo, promesas mágicas (¡dolarización ya!) y una base de fans que lo defiende como si fuera el Mesías. Es como si los antiperonistas, en su cruzada por destruir al monstruo, se convirtieran en su reflejo.
La grieta: el reality show que nos arruinó. Esta batalla peronismo vs. antiperonismo es el guión de nuestra decadencia. Cada bando gobierna para su hinchada, deshace lo que hizo el otro y promete refundar el país como si fuera una remake de Matrix. ¿El resultado? Instituciones débiles, economía pendular (un día subsidios para todos, al otro ajuste salvaje), y una sociedad que vive la política como un Boca-River eterno, pero sin árbitro y con memes venenosos.
La grieta nos enseñó a odiar al que piensa distinto, a premiar la lealtad por encima de la honestidad y a buscar atajos en lugar de soluciones. Mientras los líderes discuten quién es el verdadero heredero de Perón o cómo erradicarlo, la inflación galopa, la pobreza crece, y la educación parece un edificio abandonado. Pero no te preocupes, que siempre hay un militante con una remera de Evita o una de Milei para decirte que “esta vez sí la pegamos”.
¿Y ahora, cómo salimos de esta?La Argentina está atrapada en un loop tragicómico, como dice el historiador Tulio Halperín Donghi, en “la larga agonía de la Argentina peronista”. Para salir, no hace falta quemar fotos de Perón ni declarar la guerra al antiperonismo. Basta con algo tan simple (y tan difícil) como dejar de tratar la política como una religión. Necesitamos instituciones que duren más que un mandato, políticas de Estado que no se desarmen cada cuatro años, y líderes que prioricen gestionar sobre tuitear.
En el fondo, peronistas y antiperonistas son dos caras de la misma moneda: una con Evita, la otra con una motosierra, pero ambas obsesionadas con ganar la discusión en lugar de arreglar el país. Así que, queridos compatriotas, dejemos de pelear por el altar de Perón y empecemos a construir un país donde la frase más citada no sea “lo dijo Perón”, sino “¡funcionó!”. Porque si no, vamos a seguir siendo los protagonistas de esta comedia... y sin final feliz.

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